sábado, 10 de marzo de 2018

"Agricultura" Por Martín Muñoz Kaiser

Escritor chileno nacido en Valparaiso. Ha publicado "El martillo de Pillán", "WBK Asesinos", "Evento Z", "El satiro". Sus textos han sido publicados en Chile, España, Italia y Alemania. Finalista de la convocatoria "El mundo en tinieblas" de Cruz Diablo.

Han pasado dos meses desde que regresé del viaje. La gente ha comenzado a pasar hambre, pero yo estoy subiendo de peso. Los doctores ya no están aquí para preguntarme cómo hice para alimentarme durante el camino. La abundancia de carne ha sido un buen cambio para mí, he aprendido a comer incluso las menudencias y a sorber con gusto los dedos de las extremidades, uñas incluidas; es una lástima que nadie comparta mis nuevos gustos gastronómicos. Cuando llegué de vuelta a nuestro refugio, el doctor Troncoso me recibió amable, preguntando por la doctora Barría, y no supe qué responder… Revisó mis archivos y dijo que algo faltaba, que borré una parte; lo peor es que ahora escucho sus voces interrogándome cada vez que abro el refrigerador para tomar un bocado. Es por esto que comencé a revisar los archivos de memoria de mi diario personal; lamentablemente, los archivos están desordenados, tanto como mi mente; llevo noches enteras presionando el botón para reproducir y pasar a escuchar de forma atenta mi propia voz…
>>Han pasado dos semanas, y como José y Reinaldo no se hablaban hacía dos días, tuve que ponerme firme y hacerles ver que estar unidos era la única forma de sobrevivir; si no actuábamos como un equipo, simplemente moriríamos en la floresta…<<
>>Durante el día pudimos ver una sombra enorme que oscurecía el bosque sobre nosotros.<<
Cada vez que escucho esta parte de mi bitácora personal de archivos de audio, llego a la misma conclusión: el viaje hacia la mina, hacia ella, la doctora Barria, es la clave, estoy seguro de que es así. Sé que todo comenzó cuando convencí al doctor para que me permitiese formar un equipo de tres personas con las cuales emprender la travesía hacia la cordillera. La doctora Barría había ofrecido traer consigo excelentes piezas de equipo, espectrómetros de masa y otros artilugios que el doctor Ruilova consideraba importantísimos.
El doctor Troncoso fue el único que me preguntó por qué hacía esto, me advirtió que era una misión suicida, que pensaba que no volvería. Él quería que yo aprendiese lo necesario para continuar con sus investigaciones cuando él muriera. Le dije que se trataba de una cuestión moral: era forzoso intentar salvar a esa gente, dejarlos morir de hambre hubiese sido una crueldad difícil de soportar. Aunque tal vez la verdad fuera otra. Mis emociones han comenzado a intensificarse desde que sufrí aquel accidente durante una recolección, donde encontré una pequeña fisura en mi traje.
Aún recuerdo la semana que reparamos la antena por medio de la cual nos logramos comunicar por primera vez con la doctora Barría; ella estaba encerrada en un centro minero, una verdadera ciudad bajo la roca sólida. Tenía teorías interesantes para solucionar el problema, pero no contaba con los recursos que nosotros poseemos. El crecimiento en tamaño de las plantas, los insectos y los pájaros era exponencial; la tierra se parecía al carbonífero cada vez más, la temperatura era alta y el nivel de los océanos aumentaba. Tratar de caminar por el bosque era y sigue siendo un suicidio; incluso los recolectores de pámpanos de canoleta evitan internarse mucho en los bosques esclerófilos que estos arbustos tienden a formar. Cuando la doctora Barría nos comunicó que se estaban quedando sin recursos, desarrollé con premura el plan para rescatarla, es decir, rescatar al remanente de científicos y mineros que aún sobrevivían en la montaña. Solo necesitaba convencer al difunto doctor Troncoso, y lo hice.
>>Finalmente, partimos en nuestra misión de rescate. La máquina avanzaba bastante rápido, abriéndose paso inexorable a través de la vegetación. Tratamos de escoger los terrenos más regulares. Teníamos una idea bastante buena de nuestra ubicación, pues llevamos un GPS que funcionaba de manera intermitente. Habíamos calculado que demoraríamos tres semanas en llegar a nuestro destino.<<
Pero demoré dos meses en volver, y en vez de ser recibido como un héroe la gente del refugio me rehúye, a pesar de que, como ya no están los doctores, soy yo quien administra sus vidas. Hace mucho que están nerviosos por las desapariciones. Ellos no entienden lo que pasa, que el final es inevitable, así que he decidido empezar relatándoles lo que considero el comienzo de esta situación, esperando que el ejercicio me ayude a comprender qué pasó con nuestra civilización y conmigo durante el viaje de rescate.
Si nadie era capaz de detener el abuso de combustibles fósiles, los cuales, en aquellos días, impulsaban la economía del mundo. Los cultivos transgénicos que acababan de ser puestos al descubierto por la PNUMA en el sureste de África parecían ser la respuesta. Los beneficios con relación al calentamiento global y la disminución de la huella de carbono de los países desarrollados serían tan radicales, que bien valían el riesgo. Hugh Grant, CEO de Montesanto, había contratado a Greg Boyce para preparar la siguiente etapa. Boyce había trabajado como CCO para varias compañías petroleras, emigrado a la minería, y por último, saltado de Río Tinto a Montesanto. Boyce también era el presidente del Consejo Consultivo de la Industria del Carbón de la Agencia Internacional de Energía de los Estados Reunidos de Norteamérica. Cansados de la dependencia del petróleo del Medio Oriente, habían encargado a Montesanto una solución para el problema alimentario, y ellos habían provisto un doble milagro: alimento barato en abundancia y también una solución para el problema energético. La desinformación era tal, que no hubo en realidad muchos que se opusieran a la reforma: el mundo veía con muy buenos ojos el término de la era de los combustibles fósiles. Los experimentos con etanol en Brasil y los primeros camiones propulsados con biodiesel en Canadá, no fueron sino incentivos para demostrar que el cambio hacia los combustibles biotecnológicos eran en efecto la solución a los problemas del conglomerado económico de Occidente. El mercado de los motores de combustión interna, por su parte, ya se había vuelto en favor de la tecnología diésel hacía unos años.
El paisaje de las grandes ciudades sufrió un cambio radical; todas las superficies cultivables debían ser ocupadas, incluso en las zonas urbanas. Todos los edificios comenzaron a aislar los techos y cultivar en ellos; las ciudades que poseían climas más adversos comenzaron a construir invernaderos hidropónicos en sus azoteas, bajo ellas, en las plazas y los parques. De un edificio a otro colgaban cuerdas con enredaderas de canoleta, las cuales producían sus preciados pámpanos llenos de aceite. Las plantas morían cada tres meses y no daban semillas. Con el tiempo, la comida se convirtió también en un asunto histórico, y en los países en vías de desarrollo solo había disponibles tarros de puré de lúpulo. La comida de verdad era un lujo que solo los magnates se podían dar. Los únicos vegetales que podían sobrevivir a los suelos contaminados con el glifosfato que las mismas plantas producían como pesticida, y que luego se volvieron demasiado costosas para adquirirlas. El problema era en efecto este insecticida que las plantas genéticamente diseñadas producían para protegerse: el químico dejaba el suelo inutilizable para cualquier otro cultivo. Los más pobres murieron por millares, luego le siguió la clase media. Ahora solo somos un puñado que enfrenta una realidad mucho peor que la de la simple escasez de alimento.
>>Logramos sacar la máquina del barro, con las motosierras cortamos varios troncos y nos ayudamos con ellos para tener tracción. La lluvia no para, hemos tenido que racionar la comida y eso nos tiene de mal humor a todos. Nos rechinan los dientes y nuestros diálogos son fríos y muchas veces agresivos. José está malherido, pero no podemos hacer nada por ayudarlo. Sabemos que morirá en un par de días, ahora que nos falta tan poco para llegar, tan poco en verdad… Solo puedo pensar en la doctora, su voz deformada por el megáfono y su figura en aquella pequeña pantalla es lo único que veo cuando cierro los ojos. Ya no hay en la Tierra ninguna especie vegetal original: todas han sido contaminadas con el polen de la canoleta.
<<La estrategia para detener el calentamiento global funcionó; sin embargo, ahora estamos en guerra contra las plantas que hemos modificado y los distintos híbridos que aparecieron a partir del polen esparcido sobre las otras especies vegetales. Mientras, la doctora espera por mí en la mina y nosotros nos revolcamos en el barro. Debo continuar, debo continuar...<< 
>>José, falleció… Decidimos quemar su cuerpo. No estoy seguro, pero creo que el bosque se estremeció cuando encendimos la fogata. Es triste: José era un joven decidido e inteligente, yo conocía a sus padres y a su prometida y el efecto que él provocaba en ellos; sé que era uno de los pocos hombres capaces de sentir esperanza en esa ciudad bajo la tierra.
<<El campo de flores parecía no tener fin. Solo el recuerdo de un rostro me mantenía con la mente enfocada… sin aquel incentivo me habría entregado a la derrota o cuando menos al delirio. Como Reinaldo, que se sacó la máscara y se lanzó sobre una planta, pues dijo que la flor lo estaba llamando, que podía escucharla en su mente. De esos momentos solo recuerdo con claridad el cansancio, un cansancio que casi aturdía. <<
<<Desperté desorientado… Solo veía luces. No tenía mi máscara puesta, pero podía respirar: estaba vivo. La doctora Barría era más atractiva de lo que imaginaba. Su mirada era fría, como la de un reptil, sin embargo adiviné en ella una pasión que provenía desde lo más profundo de la matriz salvaje de las mujeres que están a punto de entrar en la madurez. Pese a todo, sé que me contuve, que no dejé que esos pensamientos me nublaran: yo era el héroe que venía a rescatarla; el premio lo cobraría después… o al menos eso deseaba. 
>>Decidimos reparar una de las máquinas que trabajaban en los túneles y excavar una galería nueva. Nos queda poco biodiesel, aunque esperamos tener el suficiente para llegar al valle. Mañana será la fecha decisiva: el día en que intentaremos huir. <<
Es bueno no tener hambre, no sentir aquella desesperación con la que escucho mi propia voz. Es cierto que requiere cierto esfuerzo escarbar la carne, cortar músculos y eviscerar los cadáveres para que no se pudran: lo primero que hay que retirar es la vejiga, luego los intestinos, que por cierto se limpian y se comen: chunchules, los llamaban antes del desastre. Los interiores son lo primero que consumo. Hoy he sacado del refrigerador de muestras un hígado. Mientras se fríe en la cocinilla, sigo escuchándome; esta parte me interesa sobremanera. La he oído ya cientos de veces; hay algo que no registré y que creo que es importante; necesito recordarlo, pero no lo logro.
>>Las aves han atacado la excavadora, los arbustos han detenido nuestro avance: estamos atrapados nuevamente. Solo cuatro de nosotros logramos alcanzar la máquina en la que llegué… 
<<No sabemos cómo pudimos salvarnos de aquellos monstruosos pájaros endrinos. Las plantas han crecido demasiado, los troncos son gruesos y nos impiden el avance. Las motosierras son inútiles y además se nos agota la comida. Creo que moriremos en medio del bosque. Los hombres que nos acompañan no pierden la esperanza; tratan de buscar un camino, pero solo avanzamos hacia la costa. El mar ya no es azul, sino de un rojo sangre fluorescente, y brilla durante la noche. La doctora Barría dice que se debe a un alga que ha sido contaminada: ella cree, como el doctor Ruilova, que las plantas llegarán a desarrollar una consciencia, y ahora que ha visto el mar, está segura de que todo comenzará en el océano. Dice que la vida submarina está mucho más diversificada que la vida en la superficie. Que los corales son los seres vivientes más grandes del mundo, que no son plantas sino animales (los animales caníbales más grandes del mundo), y que si este código maligno toma conciencia de sí mismo por medio de la intercomunicación entre los diferentes elementos que llevan su marcador, será el evento más espectacular que la ciencia haya presenciado jamás.<<
Escuchar esto me irrita. Ellos, los científicos, parecen arrobados ante las portentosas consecuencias del desastre que han provocado. Yo estaba muriendo de hambre y no me interesaba que un enorme cerebro estuviese desarrollando sus dendritas delante de mis ojos. Creo que he puesto un poco de justicia en la balanza. Mi estómago lo confirma.
>>Ha sido terrible, no sé si puedo continuar. Uno de los hombres ha averiado la máquina para procesar el biodiesel. Estamos varados en la costa, sin comida. He tenido que usar la motosierra para hacer un poco de justicia… el otro me mira con desconfianza, dice que no tenía pruebas de que su compañero hubiese averiado la máquina. La doctora me mira con recelo, algo que apenas soporto. Creo que tiene una aventura con Leonardo, el minero que queda, creo que quieren matarme pero no se atreven. La retroexcavadora se detuvo. No tenemos combustible; estamos sentados mirándonos todo el día; nadie dice nada. La lluvia cae incesante en gruesos goterones, el mar se estrella contra la playa una y otra vez, de forma obsesiva, incansable. He empezado a escuchar una voz en mi cabeza. Llevo dos días sin dormir. He reparado la máquina, pero ellos no me dan confianza. Tengo hambre. Tenemos un purificador de agua, y llueve constantemente, pero el dolor en el estómago es demasiado fuerte, necesito comer algo. Estoy pensando en cosas en que no tengo que pensar… me asusta la idea de morir. 
<<La voz se hace más clara a cada momento. Es como si estuviese aprendiendo un lenguaje propio, un idioma compuesto por palabras bombeadas por mi corazón, por la sangre y las vísceras. Siento que ese lenguaje me manipula para que recuerde cosas. Solo quiero llegar a casa. <<
No sé cómo, pero pude volver. Y todo estaba bien, hasta que los doctores se pusieron a hacer preguntas…
Yo simplemente no sabía las respuestas, yo simplemente tenía hambre y los dedos hervidos del doctor Ruilova son regordetes y suculentos. A mi comunidad no le queda mucho tiempo de vida, pero yo moriré con el estómago lleno. Es un pequeño consuelo, que me gusta mucho más que una esperanza vana. Estoy cansado de refugiarme en la esperanza. Ahora están golpeando la puerta. Pronto utilizarán los sopletes para cortar la hoja metálica; entrarán al laboratorio y me matarán, pero no permitiré que me quiten la comida. Usaré la motosierra si es necesario.
Entraron. Han perdido toda civilidad; sus ropas están andrajosas y sucias como sus manos y rostros. Tienen hambre, puedo verlo en sus caras.
Son demasiados para que pueda contra ellos. Me sostienen de brazos y piernas boca abajo. Uno gordo y pequeño, de nariz y mejillas coloradas, se relame… Sostiene un cuchillo afilado en la mano, le pide a otro que inmovilice mi cabeza. Los pequeños dedos buscan la carótida. Apenas siento dolor cuando la clava. Mi sangre mana directo a un recipiente metálico y me siento desfallecer de a poco. No es tan desagradable como yo creía; mi vista se nubla, me relajo, me dejo llevar, me convierto en ñachi. Mi sangre y mi carne van a calmar el hambre de mi gente, y así viviré en ellos para siempre. 



Martín Muñoz Kaiser. Valparaíso. Chile.  En 2012 publica  “El martillo de Pillán”, En 2013 publica cuentos en los números 1 y 2 de la revista impresa “Ominous Tales”. Ese mismo año, junto a Sergio Amira, escribe y publica la novela “WBK Asesinos”. En 2014 es seleccionado por el CNCA para formar la comisión de escritores chilenos en la FIL Guadalajara y publica “Evento Z, zombis en Valparaíso”.  En 2015 Publica “El Sátiro”. En 2016 participa de la antología de cuentos de ciencia ficción alemana “Around the World in Eighty Stories”. Sus textos han sido publicado en España, Italia y Alemania y traducidos al italiano, alemán e Inglés.

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